lunes, 21 de abril de 2008

El Señor de los somníferos


Notas de Juan Cendales


Carlos Holguín, Ministro del Interior y de Justicia, bostezó largamente. Entreabrió los ojos y la boca para responder monosílabamente las preguntas del periodista, quien estaba completamente convencido que nada inteligente le sacaría a su adormilado entrevistado. Pero él solo cumple órdenes y no puede escoger a quien entrevistar. Eso lo deciden los dueños del periódico. Que a su vez son parte del selecto combo de dueños del país. Y para quienes el encausamiento del parauribismo no es más que un peligroso “choque de popularidades” entre el presidente y la Corte.

La entrevista al adormilado personaje tenía que ver con el aumento considerable de parlamentarios afectos al gobierno vinculados a la parapolítica y muy especialmente por la vinculación al proceso de Nancy Patricia Gutiérrez, presidenta del Congreso, uribista de raca mandaca, mimada y consentida del presidente. Se publicó con total despliegue desde la primera página del dominical y en casi toda una de sus principales páginas interiores.

Como era de esperarse no dijo nada inteligente. Pero mostró con total claridad una cosa. Que no tienen ningún recato. Ni la más mínima vergüenza. Actúan abiertamente. Primero el presidente Uribe veladamente intimida a la Corte. Luego el Señor de los somníferos se despierta momentáneamente de su perenne letargo para desacreditarla. Y responder en plena solidaridad de cuerpo con los parlamentarios procesados por haber construido sus imperios electorales amparados en la motosierra de los paramilitares y en el dinero del narcotráfico. Cosas que el ministro del Interior llama “ligerezas”. Sus respuestas recuerdan a las de Don Víctor Corleone, el jefe mafioso. “No estamos ni arredrados, ni arrugados”. Dice al más puro y fanfarrón estilo mafioso. Casi que se le podría imaginar con un fino habano en la boca, pistolones encima de la mesa, una botella de whisky y cuatro o cinco matones cuidándole la espalda.


Sus respuestas eran de suponerse. Siempre ha sido así. El Estado mafioso no se arruga. Nunca lo ha hecho. No se ablanda y no se conmueve porque no tienen corazón, ni alma, ni patria. Nada. Solo se tienen ellos. Y su poder. Y su dinero. Y entre ellos se cuidan. Está prohibida la traición. Nadie delata. La reelección sigue para adelante.

No se arrugan.

No se arredran.

Mueren en su ley. Como morían los “pájaros”, aquellos matones conservadores del norte del Valle de las épocas de la violencia bipartidista.

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